sábado, 31 de mayo de 2014

La Ascensión del Señor



                Durante estos cincuenta días de la Pascua estamos celebrando la Resurrección de Jesús.  Aquello que comenzó hace casi dos mil años, en una región alejada del imperio romano,  como un rumor de unas pocas personas, se convirtió pronto en un grito de alegría que se escuchó por todo el imperio: “¡Jesús vive!”.  Una fuerza imparable hizo que en poco tiempo miles de comunidades surgiesen por todos los países.  Y hasta hoy, miles de generaciones que han celebrado y repetido lo mismo y que nos han transmitido el mismo mensaje que hoy aquí estamos celebrando:  “Jesús vive.  La muerte ha sido vencida.   El amor es más fuerte que la muerte.”   ¿Cómo podemos explicarnos la repercusión tan importante de este mensaje en la historia de la humanidad?  ¿Es sólo una cuestión humana...?  Nosotros los creyentes sabemos que ha sido el Espíritu de Jesús actuando en el corazón de todos los hombres y mujeres que han creído en El.  Es el Espíritu el que ha levantado y levanta también hoy testigos que defienden la causa de la dignidad del ser humano en las plazas y en los tribunales, es el Espíritu el que mantiene firmes a los mártires de la intolerancia y la barbarie, es el Espíritu el que ha movido y mueve a miles de personas a dedicarse de una manera callada y humilde al servicio a los demás.  Es el Espíritu el que ha permitido que millones de seres humanos hayan encontrado en el evangelio la razón y el sentido a sus vidas.   Es el Espíritu el que hoy sigue moviendo a los hombres y mujeres de nuestro mundo a luchar por un mundo más justo, donde se respeten los derechos humanos, donde haya más tolerancia y una sensibilidad creciente por la paz y la justicia. Es el Espíritu el que nos ha congregado aquí a nosotros para  vivificar nuestra vida con su aliento.  El Espíritu es la gran herencia de Dios Padre  que nos ha dado por Jesús.   El Espíritu trabaja incansable a través de los siglos y de las generaciones hasta que todos seamos uno y nos presentemos ante Dios Padre, con Cristo a la cabeza, en la mañana radiante de la nueva humanidad, con una tierra nueva y unos cielos nuevos, el hogar de Dios con el Hombre.   Esta es nuestra esperanza, una esperanza que ha comenzado a realizarse ya, comenzó en uno de nosotros: en Jesús. Y esto es lo que celebramos hoy con la fiesta de la Ascensión del Señor.  Con Jesús la humanidad ha entrado definitivamente en la órbita de Dios.   Cuando en el Credo proclamamos que Cristo está sentado a la derecha de Dios Padre, estamos proclamando que algo de nosotros mismos, nuestra misma esencia humana forma ya parte para siempre de Dios.

          Hermanos, mientras tanto, nosotros vamos caminando por la vida, confiados, alegres porque las últimas palabras de Cristo en el mundo fueron para nosotros: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Que su presencia nos anime a seguir viviendo fieles al evangelio y seamos capaces de dar testimonio cristiano.

          Y junto a la presencia del Espíritu de Jesús en medio de nosotros, la presencia de su madre, María.   Ella intercede incansablemente por todos nosotros para que nos unamos a la gran familia de Dios.   Que ella nos proteja siempre y nos permita acrecentar la fe que recibimos de nuestros mayores.

Ascensión

sábado, 24 de mayo de 2014

Homilía 6º domingo Pascua: La Alegría

          Hemos escuchado en los Hechos de los Apóstoles, que la ciudad de Samaría, después de escuchar la predicación de Felipe y de ver los signos que hacía, se llenó de alegría.  La alegría es una constante en todo el evangelio.  La alegría se hace presente en el nacimiento de Jesús, la alegría acompaña a su predicación por los caminos de Galilea cuando iba curando a los pobres y lisiados.  La alegría de los discípulos en la mañana de la resurrección, la alegría de las primeras comunidades...  Es la alegría de todos los que acogen a un Dios que se hace cercano al hombre.  Es la alegría del Dios con nosotros.

           Pero ¿de qué alegría se trata aquí?, ¿es posible en este mundo nuestro hablar todavía de alegría?... Cuando recordamos la vida de Jesús y de los primeros cristianos, pensamos en el sufrimiento, en la cruz, en las torturas, en los martirios...pero nunca pensamos en la alegría.   Evidentemente la alegría del evangelio no es la misma que la alegría del mundo,  la alegría del evangelio no tiene que ver con el tener mucho dinero, con el vivir cómodamente, con el tener buena salud.   La alegría del evangelio es mucho más profunda, es capaz de convivir con la pobreza, con los duras trabajos, con la enfermedad y con el sufrimiento,   porque la alegría del evangelio no proviene de lo que el hombre es, de lo que el hombre tiene o pueda hacer.  La alegría del evangelio es la alegría que Dios da a los que le acogen.   Es la alegría del que ha descubierto que su vida, su destino, está en manos de Dios.   Es la alegría del que pone en el centro de su vida a Dios.  Del que es capaz de confiar por completo en El.

          Nosotros, después de casi dos mil años, somos los discípulos de Jesús.  Nosotros somos los depositarios, los destinatarios de la alegría de Dios.  A lo largo de nuestra vida, hemos tenido quizás pocos encuentros con el Señor.  Quizás hemos dejado que nuestra fe se enfríe.   Pero ahí, en lo hondo de nosotros mismos, está la llama del Espíritu que nos hace, una y otra vez, a pesar de todo,  seguir confiando en la vida, en los demás y sobre todo en Dios.  Y en esa confianza que tenemos que acrisolar en los momentos difíciles es donde se encuentra la fuente de nuestra alegría. Una alegría que nadie nos puede arrebatar, porque sabemos que Dios no nos abandona nunca. El está siempre a nuestro lado, esperando el momento idóneo, el momento en que nosotros le abramos nuestro corazón, para unirse a nosotros.

          Hermanos, que la alegría de la Pascua, la alegría de Dios con nosotros, no nos abandone nunca. Amén.

sábado, 3 de mayo de 2014

Emaús: De la desesperanza al encuentro



                 Durante estos domingos de Pascua, estamos escuchando los relatos de las apariciones de Jesús a sus discípulos.  Hoy se nos cuenta la experiencia de los discípulos de Emaús. En estos personajes estamos reflejados todos de una manera u otra.  Su experiencia es también nuestra experiencia.   Si el domingo pasado nos identificábamos con las dificultades de Tomás para creer hoy nos identificamos con la desesperanza de los discípulos de Emaús que decepcionados por la muerte de su Maestro, se vuelven a su casa.

                Esta también puede ser nuestra experiencia. Muchas veces experimentamos desánimo, apatía, decepción, desesperanza,  y acabamos huyendo, dejando la comunidad.  La Iglesia nos decepciona, la comunidad no nos dice nada, no encontramos sentido a la repetición de ritos que ya nos sabemos de memoria.  Muchos recuerdan los tiempos de antes en los que parecía que era más fácil creer. Y muchos, los que todavía permanecemos fieles nos preguntamos ¿qué pasa en la Iglesia? ¿por qué nuestros jóvenes no creen y no vienen a misa? ¿por qué nos avergonzamos de decir que somos cristianos? ¿dónde se ha quedado la fe y la moral cristianas?  Tenemos que hacer un esfuerzo por encontrar una respuesta serena que nos permita salir de esta situación que muchos viven como paralizante.  En definitiva, la pregunta de hoy y siempre que nos tenemos que hacer es: ¿Qué es ser cristiano?

               Todos sabemos que hemos pasado en pocos años de un régimen de cristiandad en el que todo estaba regulado por la religión a un régimen aconfesional, plural, en el que todas las creencias y confesiones tienen cabida.  Antes se era cristiano no tanto por convencimiento, sino porque la sociedad era o pretendía ser cristiana.  Todo estaba regulado por la religión, las ordenanzas del Jefe del Estado y las más mínimas ordenanzas municipales, todo se hacía en nombre y por la gracia de Dios.   Bastaba con cumplir con unos ritos, con unas prácticas religiosas.  Estaba mal visto no venir a misa.  Todo el mundo era pretendidamente cristiano, y el que no lo era quedaba marginado.   Muchos recordaréis este estado de cosas.  Pero también recordaréis  y tenéis que reconocer que lo que se dice ser cristiano, esto es, cumplir y aceptar el mensaje de Jesús, muy pocos lo cumplían y aceptaban.  Aquel régimen de cristiandad parecía que apoyaba a la Iglesia, y es cierto, la apoyaba llenándola de privilegios, pero en contrapartida, esa Iglesia tenía que callarse muchas veces ante las injusticia. En realidad aquella connivencia con el Estado obstaculizaba la aceptación del mensaje cristiano.   

             Pero ahora, todo eso es pasado. Vivimos en una sociedad plural y multicultural, multireligiosa, en régimen de libertad,en la que los cristianos encontramos pocos apoyos externos. Por eso nuestra fe pasa necesariamente por una experiencia personal: el encuentro personal con Jesucristo Resucitado.

Los discípulos de Emaús nos dan unas pautas para poder tener ese encuentro:
1.    Recuperar la formación, estudio, meditación y oración de la Palabra de Dios: El evangelio no debe faltar nunca en el menú de cada día.
2.    Acoger al que nos encontramos en el camino de la vida:  Predisposición a la escucha, interés por las personas, invitación a compartir los bienes, la comida, la estancia...
3.    Celebrar la Eucaristía: como lugar de encuentro con la comunidad y con el Resucitado.

          Vivimos tiempos cruciales para el cristianismo y para nuestra fe, que implican por parte de todos hacer un esfuerzo para formarnos como cristianos y para pasar de un régimen de cristiandad a un régimen de comunidad, donde entre todos podamos construir el Reino de Dios.