sábado, 31 de enero de 2015

¡Ojala escuchemos hoy tu voz, Señor!



          Vivimos la era de la imagen y del sonido.  Es la era de los medios de comunicación que se han instalado en nuestras vidas y en nuestras casas casi sin darnos cuenta.  Hoy, la radio, la TV, la prensa, Internet, nos brindan tal cantidad de información que necesitaríamos 100 vidas para procesar todo lo que en un día se nos ofrece.  Pero el problema es que la mayoría de los medios están regidos por empresas que sólo buscan el lucro y supeditan la información a los índices de audiencia o a las campañas de publicidad. Ahí están esos debates de la radio y la TV con contertulios que parecen saberlo todo, y que son contratados muchas veces no por lo que saben sino por su capacidad de polemizar.  Porque lo que cuenta no es la información en sí misma, no importa sí es verdad o no, sino si vende.  Pasamos en un suspiro de comentar el terrible y serio problema del terrorismo a comentar el último escándalo del famoseo.  Y todo aderezado con mensajes publicitarios que nos invitan machaconamente a consumir. Así ocurre, que los medios de comunicación nos dan una visión desvirtuada de la realidad.  Ya no sabemos distinguir lo que es importante de lo que no lo es, lo que es bueno de lo que no lo es, lo que es lícito y legítimo de lo que no lo es, lo que es verdad de lo falso.  Es tal el aturdimiento a que somos sometidos diariamente, que acabamos mirando la realidad como nos la da los medios de comunicación, buscando el escándalo y la polémica, y pensando que todo vale mientras no te pillen, y que nadie tiene la verdad, que todo es relativo, que todo vale...  ¿En medio de todo eso, cómo distinguir una palabra, una imagen, un sonido que de esperanza e ilusión, que nos ayude a vivir?.  Necesitamos una palabra o mejor aún, necesitamos a Alguien que nos llegue al corazón, que nos levante de nuestra postración, que nos descubra una manera nueva de ver la vida y la realidad.

          Esa palabra que tanto necesitamos sólo puede venir de Dios, es esta Palabra la que nosotros los cristianos creemos encontrar en esta Iglesia que desde hace dos mil años transmite de generación aquellas mismas palabras, mensaje y enseñanza que Jesús proclamó en la tierra de Palestina.  Aquel mensaje, aquella manera de hablar y de hacer que admiraba a la gente nos llega hoy a nosotros, para que creamos en Aquél que mostró autoridad porque predicaba con el ejemplo, porque cuando pronunciaba la palabra amor, todo su ser era amor volcándose hacia los pobres, enfermos y pecadores   Es posible, que los seguidores de Jesús, la Iglesia y los cristianos, hayamos dejado a lo largo de los siglos mucho que desear, es posible que a veces no podamos esconder  ese abismo que se abre entre lo que creemos y lo que hacemos, pero ahí está siempre la persona de Jesús, que se yergue en el horizonte de nuestra existencia invitándonos a intentarlo una vez más, a no desfallecer, a creer que es posible nuestra redención y salvación. 

      ¡Ojala escuchemos hoy la voz del Señor!

sábado, 24 de enero de 2015

"Se ha cumplido el plazo..."



San Marcos nos da hoy,  un resumen de todo el evangelio, un resumen de todo lo que Dios quiere para el hombre:  “Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia”. Se ha cumplido el plazo, esto es, se ha cumplido la promesa de Dios, ya no tenemos que esperar más para conocerle, ya no tenemos que buscar a ciegas para saber lo que significa ser hombre, porque El ha acampado en medio de nosotros.  Jesús es la Palabra de Dios, Jesús es el cumplimiento de las promesas. 


           El Reino de Dios ya está aquí, cerca, porque Jesús mismo lo ha inaugurado.  Nadie puede quedarse indiferente. Alguien ha irrumpido en la Historia de la humanidad y en la historia personal de cada uno.  Ese Alguien ha abierto en el mundo un camino distinto, nuevo, un horizonte de esperanza para toda la humanidad.  Aquellas palabras de Jesús dichas hace casi dos mil años, siguen resonando hoy en nuestros oídos, como una invitación, como un susurro, pero con insistencia: Convertíos, creed la buena noticia.  Ha llegado el tiempo de nuestra decisión personal.  Convertíos, porque en el Reino de Dios no hay lugar para la ambición que genera guerras.  Convertíos porque en el Reino de Dios no hay lugar para los negocios sucios, ni para la intolerancia.  Convertíos porque en el Reino de Dios todos somos hermanos, iguales en dignidad ante Dios. Y Creed la buena noticia, creed que existe un Padre bueno, a pesar del mal que nos acecha.  Creed que es posible ser más feliz compartiendo que atesorando, creed que la fraternidad es posible si estamos dispuestos a ceder de lo nuestro en favor de los demás.  Jesús nos dice: “creed todo esto porque yo lo he hecho con vosotros, yo lo estoy haciendo ahora con cada uno de vosotros, yo os estoy llamando a cada uno a colaborar conmigo en la instauración del Reino, yo os llamo por vuestro nombre, venid conmigo, venid y caminemos juntos, con las manos extendidas para curar, para ayudar, para acoger, para servir. Venid conmigo y dejad vuestras preocupaciones, gozad conmigo de la vida, de cada instante, de cada cosa.   Venid conmigo y yo os enseñaré que para ser feliz no hace falta más que tener ganas de amar sin descanso y sin medida”.   José, Carmen, Isabel, Carlos... venid conmigo.  
        
           Pedro, Andrés, Juan, Santiago, Magdalena, ellos lo dejaron todo y le siguieron.  ¿Seremos capaces nosotros también de dejarlo todo por El? Dicho de otra manera: ¿Seremos capaces de permitir que El sea el centro de nuestra vida?  ¿Seremos capaces de dejarnos seducir por su persona y por su proyecto de vida?.

"Un día vino uno que tenía alegría en los ojos,
libertad en las manos, un futuro en sus gestos,
Un día vino uno con signos llenos de esperanza,
con fuerza en el alma, con piedad en el corazón.
Un día vino uno que tenía magia en su cara,
calidez en su palabra, calor en su voz.
Un día vino uno que tenía amor en su mirada,
bondad de cielo en sus besos,
fraternidad en su cercanía.
Un día vino uno que llamaba “papá” a Dios,
que rezumaba confianza en su oración.
Un día vino uno con un mensaje lleno de utopía
y con encargos de sólo felicidad."

3er. domingo Tiempo Ordinario

domingo, 18 de enero de 2015

¿Qué buscáis? 2º dom. TOB



¿Qué buscáis?, pregunta Jesús a los discípulos en el evangelio que acabamos de proclamar.  Son las primeras palabras que Jesús pronuncia en el evangelio, y en verdad que se trata de una cuestión decisiva para aquellos discípulos y también para nosotros hoy, envueltos en el torbellino de múltiples ofertas, a menudo contradictorias entre sí.  ¿Qué buscáis? ¿Qué buscamos nosotros?.  Responder a esta pregunta es fundamental, porque de la respuesta que demos depende nuestra realización como personas.  Y no estaría mal que hoy en silencio intentásemos responder a esta pregunta que Cristo nos sigue haciendo a cada uno de nosotros. 

          Todos buscamos algo, buscamos la felicidad, buscamos la seguridad en nuestra vida y en el trabajo, la salud, un dinero que nos permita vivir con holgura. Y por supuesto también buscamos quien nos quiera, hijos, amigos.  Y luego vienen las búsquedas personales en cosas más concretas que forman los hilos con la que vamos tejiendo nuestra vida.  Una vida hecha de anhelos e ilusiones, y también de desengaños y desilusión.

          Hemos venido a la Iglesia, porque creemos que aquí encontramos algo de todo eso que buscamos, al menos así nos lo han enseñado de pequeños.  Pero puede ocurrir que después de tantos años de escuchar siempre lo mismo, ya nada nos sorprenda.  Escuchamos la palabra de Dios, pero en el mejor de los casos la sentimos como un ideal irrealizable.  Venimos a la Iglesia porque necesitamos respuestas a los interrogantes del mal, buscamos consuelo, esperanza en la otra vida.  Otros se contentan solo con cumplir con una costumbre heredada de sus mayores.   Tenemos muchas razones para venir a la Iglesia.  Pero quizás olvidamos la fundamental.  Porque la Iglesia, la misa, la Palabra de Dios, la comunidad, etc.  todo, no son más que medios para que todos y cada uno de nosotros nos encontremos con el Señor.  Como Juan el Bautista la Iglesia tiene la misión de señalar al mundo al Mesías, “ese es el Señor”.  Malo sería que hiciésemos como dice el proverbio indio: “cuando un dedo señala la luna, sólo los necios se quedan mirando el dedo”. Malo sería que de tanto mirar a la Iglesia, de tanto venir a misa, de tanto escuchar la palabra, nos quedásemos sólo eso, mirando como el que no mira, viniendo como el que no viene y escuchando como el que no escucha.

          Hermanos, todo esto significa que todo es bueno si nos ayuda a encontrarnos con el Señor, porque solo el Señor puede dar respuestas a todas nuestros anhelos y búsquedas.  Para realizar este encuentro contamos con la experiencia de los primeros discípulos.  Ellos se fueron con él a su casa, allí hablaron con El,  luego le siguieron por los caminos de Palestina, al encuentro de los pobres, enfermos y pecadores.    Ese es también nuestro camino.  Ir a la casa de Dios significa hacer oración.  Ser capaces de guardar silencio para escucharle a El que nos habla en el corazón.  Buscar espacios de soledad y silencio en medio de nuestra vida tan bulliciosa es difícil, pero es necesario.   Luego, dirigirnos allí donde nos necesitan, porque el Señor va delante de nosotros.  Y por último invitar a otros a que vengan a conocer a Jesús como lo hizo Andrés con su hermano Pedro.   Y dejar poco a poco que las actitudes de Jesús cambien nuestras propias actitudes:  que la misericordia vaya ganando la batalla al rencor, que la solidaridad vaya ganando al egoísmo, hasta que nos encontremos que sin el Señor no podemos vivir.

domingo, 11 de enero de 2015

Familia de Dios


             Hemos asistido a la lectura de un pasaje fundamental de la vida de Jesús. Lejos quedan ya los años de la infancia en Nazaret y Jesús adulto se presenta ante el pueblo iniciando su misión.  Y si nos fijamos bien en esta presentación hay tres presencias: primero está Jesús, que se mezcla como uno más con la gente pecadora que acude a Juan a recibir el bautismo, después se hace presente el Espíritu de Dios sobre Jesús y por último la voz del Padre que habla diciendo que éste es mi Hijo amado.   Estas presencias nos dicen algo fundamental para nuestra fe que conviene que recordemos:   los cristianos creemos en un solo Dios pero con tres personas distintas.  Es lo que llamamos el misterio de la Trinidad. Un misterio que en lo que podemos comprender nos dice que  hay tres personas en Dios tan unidas en la voluntad, en el querer y en el ser que son uno solo. Dios como uno y trino se nos revela como un Dios empeñado en cumplir una misión, la misión de salvar al mundo y al ser humano.  Es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo quienes tienen el interés de que todos entremos a formar parte de su comunidad, de su familia. Porque Dios en sí mismo es una comunidad. Una comunidad de amor y entrega.  Por eso en la Iglesia nunca insistiremos bastante en la importancia de la comunidad.   Ser cristiano implica serlo con los demás.  Nadie puede ir a Dios solo.  Todos somos salvados como pueblo como comunidad.  Es en la comunidad donde recibimos la palabra de Dios que como agua fecunda la tierra de nuestro corazón haciéndonos dar frutos de bien y justicia.  Es en la comunidad donde aprendemos a corregirnos y a perdonarnos.  Es en la comunidad donde celebramos la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte y es en la comunidad finalmente donde se nos da la fuerza del Espíritu para vivir en plenitud.

          Que la fiesta del bautismo del Señor, nos haga tomar conciencia de que pertenecemos a una comunidad a la que Dios Padre ama y salva por Jesucristo en el Espíritu Santo.