miércoles, 18 de febrero de 2015

Cristo en la Cuaresma

Miércoles de Ceniza



Con el miércoles de Ceniza, comienza para los cristianos la Cuaresma.  La Cuaresma es un tiempo que desde pequeños lo hemos relacionado con tristeza y con muerte.  Cuando nos ponían la ceniza nos decían: “polvo eres y en polvo te convertirás”.  Sin embargo la tristeza y la muerte no son el verdadero sentido de este tiempo de Cuaresma.  La nueva fórmula que utilizamos ahora al imponer la ceniza es la de: “conviértete y cree en el evangelio”, lo cual es más adecuado para comprender el significado de la Cuaresma. Porque, la Cuaresma tiene un significado de camino hacia una meta o de preparación para una fiesta, porque en el horizonte de la Cuaresma no está la muerte como meta sino la Resurrección como vida y fiesta eternas.   El día de Pascua la ceniza que ahora tomaremos dará paso a la luz.  Con nuestras velas encendidas recordaremos que la luz de Cristo ha vencido a las tinieblas, y que la vida ha vencido a la muerte.    Por eso no debemos estar tristes.  En todo caso, la Cuaresma es una llamada a nuestra responsabilidad.  Como nos recordaba San Pablo, todavía es tiempo de gracia, todavía tenéis la oportunidad de reconciliaros con Dios.  En este tiempo la Iglesia nos ayuda a poner en orden nuestra vida. Conviertete y cree en el evangelio.  Esto es, cambia tus actitudes de muerte y cree en el evangelio de la misericordia. La ceniza nos recuerda que lo único que merece la pena en esta vida no es el dinero, ni la fama, ni el poder, ni la belleza, porque todo eso está preñado de muerte, es polvo, lo único que merece la pena, lo único que permanece en el tiempo y está preñado de vida es el amor y la misericordia que hayamos dado a nuestro alrededor, porque al final está la fiesta del amor y la misericordia para todos los que han amado y han sido misericordiosos en esta vida.  La Iglesia nos propone que practiquemos el ayuno, la oración y la limosna como  signos de que para nosotros lo fundamental está en nuestra relación con Dios, y por lo tanto somos capaces de ayunar para solidarizarnos con los que pasan hambre, de dar limosna porque nuestro tesoro está en Dios y no en nuestro dinero y de orar porque no podemos vivir sin la ayuda del Señor.

          Ojalá que este tiempo que ahora iniciamos, nos sirva para, al menos, tomarnos un poco más en serio nuestra fe.  Y seamos capaces de convertirnos a las actitudes de amor y misericordia que Dios nos propone. 

sábado, 14 de febrero de 2015

La lepra de nuestro tiempo



El evangelio nos cuenta el encuentro de Jesús con un leproso.  Aún hoy que sabemos que la lepra tiene cura, todavía despierta en nosotros el horror hacia esa enfermedad que hace que el cuerpo se caiga a trozos.   En la antigüedad era desde luego la peor enfermedad, la mayor desgracia que podía acaecer a un ser humano. Al sufrimiento de la enfermedad se unía la maldición de Dios y la marginación de los hombres.   Se pensaba que era una enfermedad producida como castigo de Dios, se prohibía al leproso residir en los pueblos y las ciudades, se le echaba al campo y se le dejaba malvivir a su suerte,  si alguien sano se cruzaba en su camino tenía que avisar de su presencia con un grito. No podemos ni imaginarnos el espanto que producía el encuentro con uno de estos enfermos.   Ser leproso era como estar muerto en vida.  Sufrimiento insoportable,  malditos de Dios y malditos de los hombres.  Y desde esta situación, el evangelio nos cuenta un hecho inaudito:  Un leproso que se atreve a acercarse a Jesús y al grupo de sus discípulos.  La ley judía mandaba denunciar al leproso y matarlo.   Pero fijémonos en la valentía de este enfermo, en su desesperación, en esa fe que muestra por el Señor: "Si quieres, puedes limpiarme".  Imaginemos el asombro, el espanto de la gente que acompañaba a Jesús, es muy posible que más de uno cogiese piedras en las manos con intención de tirárselas para espantarle.   Y ahora fijémonos en el gesto de Jesús. Nos dice el evangelio que sintiendo lástima, extendió la mano y le tocó.  Jesús se compadece, se deja afectar por aquel hombre y su miseria, Jesús extiende la mano y hace algo increíble: tocarle.  Con ello él mismo se vuelve impuro, él mismo se vuelve maldito de Dios y marginado de los hombres.  Pero para Jesús todo eso es secundario, porque para el Hijo de Dios lo importante, lo fundamental es la misericordia.   Imaginemos la alegría del leproso, y el asombro de la gente. 

          ¿Cómo no ver en toda esta historia del leproso?  La historia mil veces repetida de los enfermos de sida de nuestro tiempo, a los que también se ha marginado y considerado víctimas del castigo de Dios.  Y ¿cómo no escuchar en el grito de ese leproso, el grito que nos llega desde el tercer mundo dirigido a cada uno de nosotros?:  "si queréis podéis ayudarnos", "si tú quieres hombre y mujer del primer mundo, tú puedes ayudarme a vivir, a saciar mi hambre, a curar mis heridas".

          Jesús nos invita a hacer como él, primero dejarnos conmover y afectar por tanta miseria humana, y después alargar nuestra mano, y tocar todas esas heridas.. Quizás entonces nosotros también podamos vernos curados de la enfermedad de nuestro egoísmo que como la lepra nos va consumiendo poco a poco.
           

sábado, 7 de febrero de 2015

Un dia cualquiera



        San Marcos nos relata hoy en el evangelio una típica jornada en la vida de Jesús.  Es un día como otro cualquiera, uno más de aquellos tres años en los que Jesús nos dejó la herencia de su mensaje y su persona.    Pero precisamente por ser un día cualquiera tiene para nosotros un gran significado.  Porque es en el día a día donde se va forjando nuestra personalidad, es en los días normales, muchas veces anodinos, donde vamos calibrando nuestra fidelidad, nuestra constancia en los valores, nuestra esperanza y nuestra lucha por un mundo mejor. 

          La jornada de Jesús comienza como siempre, muy de madrugada se retira a orar,  es el momento de poner ante el Padre todos sus proyectos e ilusiones, es el momento de pedir su ayuda.   Luego, con sus discípulos, se echa a los caminos de Galilea, a anunciar la buena nueva, esto es, que tenemos un Padre Dios bueno que nos ama, que nos cuida y que todos somos hermanos.   Y en medio de la jornada llega la hora de comer.   Hoy se encuentran en Cafarnaúm, en el pueblo de Simón Pedro.  La suegra de Pedro les ha prometido darles de comer, pero se encuentra enferma.   Jesús inmediatamente se dirige a su casa a verla, la toma de la mano, la consuela, la cura.  La enferma se levanta y se pone a servirles.  Luego llega la tarde, acuden los vecinos con sus familiares enfermos, Jesús les anuncia que el Reino de Dios está cerca y como signo de esa cercanía cura las enfermedades de todos.   Finalmente, llega el descanso, pero todavía Jesús busca un rato de soledad para encontrarse con su Padre, para darle gracias por todos los acontecimientos del día, para renovar su confianza en El.

          Un día cualquiera, un día más, un día santo con el que Dios realizaba la salvación en Jesús. 

          Pero miremos ahora nuestros días, estos días que pasan tan deprisa, entre el trabajo, el cuidado de la casa, la atención a los niños o a los familiares.  Los días que pasan casi sin enterarnos, pero con los que Dios está tejiendo el camino de nuestra santidad.  Un día cualquiera, una oportunidad más para realizarnos como personas.  Un día más para la eternidad.  Un día que podemos, como Jesús, comenzar al levantarnos por elevar nuestro pensamiento y nuestro ser hacia Dios,  para dejar en sus manos todo aquello que no podemos solucionar con nuestro esfuerzo, para pedir su fuerza y su ayuda para intentar solucionar aquello que está en nuestras manos.   Y luego el trabajo, la casa, la escuela, la fábrica y el campo, los compañeros, los vecinos, la compra, el cuidado de los niños o de los padres ancianos, la visita a la amiga enferma...todos son lugares para que, como Jesús, anunciemos con nuestro testimonio en lo que creemos.  No hacen falta grandes discursos, ni grandes milagros; basta con poner ilusión en el trabajo a pesar de las dificultades que encontramos, cariño para preparar la casa y la comida de la familia, respeto por los compañeros en el trabajo y por los vecinos, esfuerzo por aprender en la escuela o en el instituto, solicitud en ayudar al enfermo, acogida con los forasteros, interés por los problemas de la sociedad, austeridad en nuestros gastos para mejor compartir con los que nada tienen.   Y por la noche, un rato de soledad y silencio para dar gracias a Dios por todo.   Esta es la vida de cada día, un día más para todos nosotros, pero también un día más con el que tejemos nuestra felicidad eterna.  Tenemos que descubrir en lo cotidiano esa presencia invisible pero cercana de Dios que nos salva y nos cura, que nos impulsa a dar lo mejor de nosotros mismos.  Y vivir con confianza, confianza en que pase lo que pase, traiga la vida lo que traiga, El está con nosotros porque somos sus hijos.

          Que salgamos de la misa con ilusión renovada por vivir, por vivir cada día con toda la ilusión del que sabe que está realizando el mejor proyecto: ser santo.

Videoclip 5º domingo TOB

lunes, 2 de febrero de 2015

Por San Blas



Hermanos en el sacerdocio, autoridades, hermanos todos. 
Siempre que los cristianos celebramos la fiesta de un santo, celebramos a Jesucristo, porque todos los santos son iconos o imágenes de El.  Los santos actualizan en la época que les toca vivir, la vida y actitudes de Jesucristo, la hacen visible con su entrega y servicio a los demás, con su testimonio a veces hasta el martirio como nuestro patrono.  San Pablo, del que hemos oído la primera lectura lo hizo en el siglo I. San Blas dió  testimonio en el siglo IV y a nosotros nos toca ser testigos de Jesucristo en este siglo XXI.  
          Pero ¿cómo podemos dar testimonio en un mundo cada día más indiferente hacia la religión y en algunos casos hasta hostil?    A raíz de los atentados de París, muchos han vuelto a cuestionar la religión como semillero de violencia... metiendo en el mismo cajón, a todas las religiones...  Es cierto que la religión puede provocar fanatismo asesino, como también lo pueden provocar las ideologías o los nacionalismos.  Esto lo sabemos muy bien en nuestro país.  Pero ser cristiano, discípulo de Jesucristo, es precisamente el mejor antídoto contra todo fanatismo.  Porque el Evangelio antepone el bien y la dignidad del ser humano a la adoración del mismo Dios.  El rechazo de Jesús a la violencia fué tan explícito que lo hizo entregándose voluntariamente a los que le mataron.  "Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado" nos decía hoy en el evangelio y continuaba: Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos "  ¿Es que alguien podrá mantener que con este mensaje pueda justificarse la violencia?

          Conocemos el testimonio cristiano de San Blas:  En plena persecución de los cristianos por el emperador Licinio que obligaba a los habitantes del imperio a quemar incienso ante los ídolos y estatuas paganos, Blas, desoyendo las súplicas de su comunidad que le pedía que huyese para ponerse a salvo, él se quedó con ellos y cuando fue apresado, ante el gobernador romano, dijo que él no, que sólo adoraba al Dios de Jesucristo.  Eso le costó morir decapitado.  Con su ejemplo Blas nos está indicando cómo podemos dar nosotros testimonio de Cristo hoy.   Primero el rechazo a todo tipo de violencia, y en segundo lugar acostumbrarnos a vivir nuestra fe en minoría,  sin vergüenza pero con más coherencia.

          Y hoy alegrarnos con nuestro Santo Patrón, que su intercesión ante Dios proteja a nuestro pueblo y su recuerdo nos ayude a todos a ser fieles a nuestra conciencia y a nuestra fe.