
Esta Semana Santa la he pasado herido de lumbago y de gripe, jamás en mi vida me había sentido tan enfermo. Llevaba arrastrando el lumbago desde hacia dias, pensé que podria llevar adelante las celebraciones propias de la Semana Santa a base de calmantes, pero el lunes santo empecé con estornudos y con una gripe que se manifestó con todo su ruido, dolor y esplendor en pleno triduo sacro. Desmasiado tarde para buscar sustituto, tuve que hacer frente a las celebraciones y experimentar lo que supone estar lastrado por el cuerpo y cómo la enfermedad marca la vida por mucho esfuerzo e interés que pongas para que no se note. Porque mi preocupación era sobre todo no transmitir mi malestar a mis feligreses durante las celebraciones. El Viernes Santo fue relativamente sencillo hablar del sufrimiento, pero la Vigilia Pascual, habiendo pasado todo el sábado entre fiebres, toses, mocos y dolores, ¡cómo expresar con gestos la alegría de la Resurrección? Pero bueno, no quiero extenderme en mi enfermedad que despues de todo no es nada comparado con tantos enfermos de mi parroquia que ellos sí que lo están pasando mal. Pero sí, que todo esto me ha servido para reflexionar sobre ese artículo de nuestro credo: "creo en la resurrección de la carne". Quizás los Padres que lo formularon así querían contrarrestar la idea de que el alma es eterna y la resurrección es sólo algo espiritual. Porque la resurrección implica al ser humano entero, con su cuerpo que es, como decía Boff, el sacramento de la persona. La carne, esta misma carne que se deteriora, que sufre, que se rebela contra las exigencias del espíritu, y que se revela como el mejor anclaje en la realidad, frente a nuestras huidas espiritualistas.
Si, Señor, yo creo que mi carne, proclama tambien tu grandeza, desde su humildad y pobreza, desde su mortalidad, porque soy carne de tu carne, y tu carne herida y mancillada en la cruz, es tambien la carne que ahora, resucitada, vive para siempre y está junto a Dios.
¡FELIZ PASCUA A TODOS!