LA EXPERIENCIA FUNDANTE.
La experiencia interior que tuvo Jesús cuando fue
bautizado por Juan fue fundamental para su vida y su misión. De hecho, todos los
evangelistas ponen el Bautismo en el comienzo de la vida pública de Jesús. Esta
experiencia interior viene resumida en esas palabras que el evangelio pone en
boca de Dios Padre: “este es mi hijo amado, mi predilecto”. Podemos decir pues
que la experiencia fundamental sobre la que Jesús basa su misión es la de
sentirse hijo y además, hijo querido. Jesús es pues, ante todo, alguien que ha
descubierto que su identidad fundamental es la de ser Hijo de Dios; lo que nos
lleva a preguntarnos si en nuestra vida cristiana está la experiencia
fundamental de sentirnos hijos queridos.
Todos tenemos un peligro: el de vivir
nuestro cristianismo como si fuese sólo un catálogo de normas morales, una ética
en suma. Olvidando que antes que una ética, el cristianismo es la experiencia
gozosa del que se descubre como hijo de Dios, la experiencia inaudita de
descubrir que todo tiene sentido porque todo lo sustenta un Padre, la
experiencia increíble de que yo, mi vida, todo lo que soy es único, querido y
deseado por Dios. Y repito por tres veces “experiencia”, porque creo que esta es
la clave. Porque muchas veces, demasiadas, en la Iglesia hemos acentuado las
normas, la doctrina, olvidando lo más genuino de la religión: la posibilidad de
re-ligarnos (relacionarnos) con Dios. Y así nos ha ído, que mucha gente ha
abandonado la Iglesia porque ha visto que para ser bueno o simplemente humano no
hacía falta toda la parafernalia religiosa. Por eso, nuestro gran reto como
Iglesia y como comunidad ha de ser la de facilitar que las personas puedan tener
esa experiencia personal, genuina y fontal de encuentro con Dios
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