
Cerca de 100 personas de parroquias de la Ribera, iniciamos el 25 de abril una peregrinación a Lourdes, con ocasión de la celebración del Jubileo del 150º aniversario de las apariciones. Para mí, era la quinta vez que visitaba esta ciudad, y reconozco que cada vez me gusta más ir allí, porque la fuente y el agua de la gruta son símbolo de algo mayor, de una fuente y agua espirituales que nos limpia y renueva por dentro dejándonos en el corazón un poso de alegría profunda. Creo que el Espirítu Santo anda muy cerca de aquella gruta de Massavielle. No sería de extrañar dado que allí se venera a Santa María y ya sabemos que el Espíritu y la Virgen forman una buena pareja…
Este domingo leíamos en la primera lectura el relato de la predicación de Felipe en Samaría: “de muchos poseídos salían los espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados se curaban. La ciudad se llenó de alegría” Hch 8,8. Esto mismo podría decirse de Lourdes. Porque también allí se proclama la misericordia de Dios y se anuncia el Evangelio, también allí muchos se convierten y son curados de sus males. Y también allí se respira la alegría, esperanzada en los enfermos, contenida en los adultos, y espontánea en los miles de jóvenes y niños que allí se concentran.
Recuerdo que en alguna visita mia anterior, no pude desembarazarme de esa necesidad de racionalizarlo todo, de encontrar explicaciones racionales a las apariciones, siempre las dudas y el escándalo del comercio que el pueblo de Lourdes ha montado alrededor del Santuario. Con los años me voy dando cuenta que la mejor manera de entrar en el misterio de Lourdes es dejar los prejuicios, intentar mirar sin enjuiciar, y dejar que surjan desde el corazón los sentimientos para que, desde ellos, descubrir lo que allí se nos da. Y los sentimientos en Lourdes se dan con facilidad: es difícil no conmoverse ante la visión de tantos y tantos enfermos, de todas las edades, con todas las dolencias, cada uno con su historia personal de sufrimiento y de fe, hecha de grito y de silencio. Y los que les acompañan, familiares y voluntarios, a veces con más lágrimas en los ojos que los propios enfermos. Luego viene el sentimiento de universalidad, de sentirse pequeño en la comunidad cristiana de nuestro pueblo y reconociendo lo grande que es la Iglesia, que abarca tantas personas de todas las lenguas y razas, con las cuales coincides codo a codo rezando, bebiendo en las fuentes o haciendo cola para pasar debajo de la gruta. También está el cansancio, pero no es un cansancio que te derrumba, es un cansancio que sabes que es benéfico, fecundo, porque intuyes que todo tiene sentido… que es necesario. Y de todos estos sentimientos surge una fe renovada, una esperanza en que el mal y la enfermedad tienen remedio y un deseo de acoger en caridad el sufrimiento propio y ajeno.
La tarde de nuestro primer día de peregrinación lo dedicamos a hacer el recorrido que la organización ha diseñado para celebrar el Jubileo. Un recorrido que pasa por los sitios fundamentales de la vida de Santa Bernardette: la pila bautismal en la Iglesia del Sagrado Corazón, el Cachot (calabozo) donde vivió con su familia en el tiempo de las apariciones, el Santuario con la Gruta y el Convento donde la Santa estuvo acogida durante unos años después de las apariciones y donde fue madurando su vocación religiosa. Un recorrido quizás muy duro para las personas mayores, porque hay que subir no pocas cuestas, pero rico de contenido. Por la noche la procesión de las antorchas, miles de voces rezando el rosario en varios idiomas y cantando el Ave. Un momento de intensa emoción.
La mañana del día siguiente, muy temprano, después del desayuno hicimos el Vía crucis que transcurre en una pequeña montaña al lado de las basílicas. Un kilómetro y medio en medio de una vegetación exuberante, con los pirineos nevados al fondo y unas estatuas doradas de tamaño natural que van ilustrando las distintas estaciones. Para mi, como entorno, el mejor que he visto nunca. Luego la misa en la capilla de San Maximiliano Kolbe y después, deprisa a llenar las botellas de agua para traer a familiares y amigos. De vuelta al hotel para comer, aún un poco de tiempo para comprar algún recuerdo…
Un enigma nos surgió durante la visita: ¿por qué la respuesta que la Virgen le dio a Bernardette cuando le preguntó sobre su nombre estaba en castellano? Efectivamente, debajo de la imagen de la gruta figuran estas palabras: “Que soy, era, Inmaculada Concepción” Alguno nos dijo que la respuesta estaba en la jota que dice algo así: “que la virgen del Pilar ha dicho, que no quiere ser francesa, que quiere ser capitana de la tropa aragonesa”… nos reimos un poco con la ocurrencia pero la verdad nos la dieron en el stand de información: “la lengua que hablaban Bernardette y todos en esa región de Lourdes era el patois, un dialecto francés, que por lo visto tiene similitudes con el castellano”
El sábado 26 volvíamos por la noche cansados y agotados pero con la intención de volver alguna otra vez.