Hace unos días me preguntaba una madre de
un niño de primera comunión a ver cuándo les íbamos a enseñar a los niños los
10 mandamientos. Yo le dije que ya
llegará el momento pero que de todas maneras recordase que su niño era
cristiano y no era judío. Se quedó
mirándome un poco extrañada y me dijo que a ella de pequeña le habían enseñado
los 10 mandamientos y que eso era muy importante y que los niños tenían que
aprenderlos. Yo le contesté que lo importante es aprender las actitudes del
evangelio y no tanto el saber unas normas.
Que ya nos podíamos dar por contentos si los niños de primera comunión
aprendiesen durante este año sólo dos cosas de lo que significa ser cristiano:
a compartir y a perdonar. ¡ojalá, pensé
para mis adentros, lo aprendiésemos también los adultos!. La madre me parece que no se quedó muy
conforme con lo que le dije. Es verdad,
a mí también de pequeño me enseñaron los 10 mandamientos, todo eso de no decir
el nombre de Dios en vano, honrar a los padres, no matar, no cometer actos
impuros, no robar, no mentir, etc. etc.
Pero también es verdad que con eso hemos conseguido hacer un
cristianismo de mínimos, un cristianismo de cumplir unas normas, pero el verdadero espíritu de los 10 mandamientos,
como nos lo recordará Jesús, nos lo
hemos saltado a la torera.
Mi
diálogo con ésta madre que con toda su buena voluntad estaba preocupada por la
catequesis de su niño, es muy parecido al que Jesús tuvo con sus discípulos tal
como hemos leído en el evangelio de hoy.
Jesús les decía “no creáis que he venido a abolir la ley; no he venido a
abolir, sino a dar plenitud... escuchad, si no sois mejores que los letrados y
fariseos no entraréis en el reino de los cielos”. Jesús les está diciendo a sus discípulos que
la ley de Moisés, cumplir los 10 mandamientos, no es suficiente, eso también lo
hacen los letrados y los fariseos. Para ser discípulos de Jesús hay que tener
siempre en la mente, en la boca y en el corazón la actitud del más. No sólo no matar, sino defender siempre la
vida, la vida amenazada de los niños en el vientre de su madre, y la vida de
los mongólicos o de los enfermos de SIDA y terminales, o la vida de ancianos. No sólo no matar, sino amar al enemigo y buscar
siempre la reconciliación, y si antes de ir a misa recordamos que estamos
reñidos hay que intentar la reconciliación. No
basta con no desear a la mujer del vecino, sino que hay que conseguir que la
mujer del vecino, y el marido de la vecina, sean considerados y vistos como
personas y no como objetos de mi deseo.
No basta con no robar, sino que hay que compartir lo que tenemos,
incluso lo necesario para vivir.
Ser
seguidor de Jesús es entrar en una dinámica del desbordamiento, una moral del dar más de lo merecido, del
hacer más de lo que debemos, del entregarse más de lo necesario. Es la moral
del más. Y todo esto ¿porqué? pues sencillamente porque Dios nos lo ha dado
ya todo, nos ha dado la vida, su amor, a su Hijo, y la vida eterna. Ante nosotros está el conformarnos con una moral de mínimos o
entrar en la aventura apasionante de vivir como hijo de Dios. San Pablo decía que “todo esto era una
sabiduría que no es de este mundo pero ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el
hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que le aman”.
Que
el Señor nos dé su fuerza para aceptar su mensaje y adherirnos a su persona.
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