sacerdote navarro en medio rural, deseoso de compartir la fe, experiencias y vida
miércoles, 30 de abril de 2014
sábado, 26 de abril de 2014
Homilia 2º domingo pascua: Señor mío y Dios mío
Estamos
celebrando la Pascua, los textos del Evangelio que estamos escuchando, nos
animan a creer, a tener fe en ese hecho fundamental para nosotros: la
Resurrección de Jesús. Asistimos a la experiencia de los primeros discípulos
transmitida a lo largo de los siglos con esta frase tan sencilla: “Hemos visto
al Señor”. Pero constatamos también,
cómo en esa primera experiencia de los discípulos al encontrarse con el Señor,
no todo estuvo y fue claro desde el principio.
Hoy nos hemos encontrado con la figura de Tomás el incrédulo, el
racionalista podíamos llamarle con lenguaje actual. Una figura con la que muchos nos podemos
identificar y que nos puede ayudar a hacer nuestro propio trayecto por el
siempre difícil camino de la
fe. Recordemos lo que
nos decía el evangelio sobre Tomás.
Tomás, después de la muerte de Jesús,
ha dejado la
comunidad. El domingo
de Resurrección, cuando Jesús se aparece por primera vez, Tomás no está con los
discípulos. Se siente decepcionado:
después de tres años de acompañar al Maestro, las cosas siguen igual, todas sus
esperanzas las ha visto crucificadas en el calvario. Tomás se vuelve a su casa, sólo y
desanimado. Pero sus compañeros no le dejan
así, enseguida van a comunicarle que han visto al Señor. Pero Tomás, no se fía, no les cree. No obstante decide reunirse de nuevo con
ellos. Y entonces, por segunda vez, se
les aparece el Señor: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y
métela en mi costado; y no seas incrédulo, cree”. Tomás no necesitará hacer esto, reconoce a
Jesús, no sólo como el Maestro con el que había convivido durante tres años,
sino como su Señor y como su Dios.
Como Tomás, también muchos de nosotros
hemos dejado o estamos tentados continuamente de dejar la comunidad. Decepcionados
unos porque no han encontrado alivio para sus penas o necesidades, otros porque no han encontrado un sentido
para sus vidas, algunos también, decepcionados por el mal testimonio de los
creyentes. Muchos, simplemente por
comodidad, porque no quieren complicarse la vida.
Hemos vuelto a la soledad, a encerrarnos en nuestra
casa y en nuestro trabajo, incluso los que aparentemente seguimos viniendo a la
Iglesia nos deberíamos preguntar hasta qué punto estamos comprometidos con esta
comunidad o simplemente estamos como el que no está, ausentes, como autómatas,
indiferentes. Pero ocurre que tarde o
temprano, una voz nos llega, desde dentro o desde fuera, da igual. Una voz que
nos dice con insistencia “Hemos visto al Señor”. En nosotros está, como
en Tomás, hacer el esfuerzo de volver a la comunidad, a esta comunidad, volver
a esta comunidad de una manera activa, interesándonos por lo que se hace,
participando activamente en las celebraciones, en la catequesis, en la vida
parroquial, mostrando afecto por todos y
por todo, no dejando que las críticas destruyan los lazos de unión que el Señor
ha creado entre nosotros. Porque es aquí donde el Señor nos va a mostrar sus
heridas, las heridas producidas por los creyentes que no son coherentes con su
fe, las heridas producidas por la insolidaridad del mundo, las heridas
producidas por la
injusticia. Heridas de
un Dios que sigue apostando por el mundo y por la humanidad, que se muestra
paciente una y otra vez con todos nosotros y nos invita a compartir su
vida. Heridas que el Señor hoy nos
muestra, y nos pide que posemos nuestra mano sobre ellas. Y que hagamos el
esfuerzo de ver más allá de los sentidos, para reconocer su presencia en medio de
nosotros. Es aquí, en la escucha de su
Palabra cada domingo, en el compartir lo poco o mucho que tenemos. Sintiéndonos hermanos de los demás porque
también los demás como yo tienen sus incoherencias, sus defectos y sus virtudes. Es aquí, donde Dios nos revelará su presencia
si colaboramos con nuestro esfuerzo e interés.
Que la bendición, la dicha que el
Señor prometió a los que sin ver intentamos creer, permanezca siempre con
nosotros.
lunes, 14 de abril de 2014
viernes, 11 de abril de 2014
jueves, 10 de abril de 2014
martes, 8 de abril de 2014
lunes, 7 de abril de 2014
sábado, 5 de abril de 2014
¡Lázaro, sal fuera!... 5º dom. cuaresma
La
cultura de la muerte que al principio hemos recordado no es más que la
expresión externa de esa muerte que a menudo se nos mete en el alma. Ese rencor hacia el vecino, la envidia, ese
vivir sin ilusión, abotargándonos de comida y bebida, ese vivir obsesionados
con la propia imagen. Ese miedo al qué
dirán, ese vicio que nos domina.
Sentimos el alma congelada, sentimos que la muerte nos acecha, porque
nuestro corazón está muerto, incapaz de sentir una la brisa del amor y la misericordia. Es en esta situación en
la que oímos las palabras de Jesús: “Yo
soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque haya muerto vivirá, y
el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre”. Jesús nos ofrece la verdadera vida, la
verdadera vida que comienza ya aquí y ahora y que como un torrente de agua viva
salta a la vida eterna. Esa vida se nos
da si creemos en El, si le aceptamos como Señor, si acogemos su estilo de vida.
Hermanos,
creer que Cristo es la resurrección y la vida, nos compromete a vivir de otra
manera. Comprometidos por no destruir ni
malograr nada que tenga vida, comprometidos en dar nuestra vida para que otros
puedan tenerla en abundancia. Creer en
la Resurrección es por ejemplo no destruir con nuestra maledicencia la fama de
los demás, es luchar para que se reconozcan los derechos de todos, es
solidarizarse con los pobres, es perdonar... y todo eso es amar. Eso es vivir
la vida de Dios, la vida que no acaba nunca. Muchos llevamos dentro de nosotros
un cadáver que como el de Lázaro ya huele, es el cadáver de nuestro egoísmo, de
nuestra comodidad, de nuestra insolidaridad.
Jesús nos invita a quitar la losa de nuestro miedo, la losa de nuestro
pesimismo, la losa de nuestros prejuicios contra los demás, la losa de nuestros
pequeños esquemas y seguridades. Sólo
El puede darnos vida, si nosotros confiamos en El, si le aceptamos. Jesús nos dice hoy: “Sal fuera, sal de ti, deja
de pensar sólo en ti, deja de darte vueltas atándote de pies y manos con tus
propias vendas. Sal y mira la vida y a
las personas de otra manera, con ojos de misericordia y de perdón. Sal fuera y decídete a unirte a la nueva vida
de resucitados, a la vida de Hijos de Dios”.
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