sábado, 5 de abril de 2014

¡Lázaro, sal fuera!... 5º dom. cuaresma



           
En este mundo nuestro, tan herido por la violencia y la injusticia, hoy como hace ya dos mil años, sigue resonando en nuestros oídos las palabras de Jesús de Nazaret a su amiga Marta:  “yo soy la resurrección y la vida, ¿crees esto?”. Marta se quedó extrañada de esta pregunta, como buena judía creía que un día los muertos resucitarían, pero ¿qué significaba eso que decía el Maestro?.   Nosotros también creemos que después de la muerte tiene que haber algo,  no estamos muy seguros, pero vivimos con ese consuelo.  Pero ¿qué significa que Jesús es la resurrección y la vida? Porque la cuestión no es si resucitaremos después de muertos, sino si podemos vivir ya ahora, si podemos resucitar ya ahora a la nueva vida. 

          La cultura de la muerte que al principio hemos recordado no es más que la expresión externa de esa muerte que a menudo se nos mete en el alma.  Ese rencor hacia el vecino, la envidia, ese vivir sin ilusión, abotargándonos de comida y bebida, ese vivir obsesionados con la propia imagen.  Ese miedo al qué dirán, ese vicio que nos domina.  Sentimos el alma congelada, sentimos que la muerte nos acecha, porque nuestro corazón está muerto, incapaz de sentir una la brisa del amor y la misericordia.    Es en esta situación en la que oímos las palabras de Jesús:  “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque haya muerto vivirá, y el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre”.    Jesús nos ofrece la verdadera vida, la verdadera vida que comienza ya aquí y ahora y que como un torrente de agua viva salta a la vida eterna.   Esa vida se nos da si creemos en El, si le aceptamos como Señor, si acogemos su estilo de vida.
                             
          Hermanos, creer que Cristo es la resurrección y la vida, nos compromete a vivir de otra manera.  Comprometidos por no destruir ni malograr nada que tenga vida, comprometidos en dar nuestra vida para que otros puedan tenerla en abundancia.  Creer en la Resurrección es por ejemplo no destruir con nuestra maledicencia la fama de los demás, es luchar para que se reconozcan los derechos de todos, es solidarizarse con los pobres, es perdonar... y todo eso es amar. Eso es vivir la vida de Dios, la vida que no acaba nunca. Muchos llevamos dentro de nosotros un cadáver que como el de Lázaro ya huele, es el cadáver de nuestro egoísmo, de nuestra comodidad, de nuestra insolidaridad.  Jesús nos invita a quitar la losa de nuestro miedo, la losa de nuestro pesimismo, la losa de nuestros prejuicios contra los demás, la losa de nuestros pequeños esquemas y seguridades.   Sólo El puede darnos vida, si nosotros confiamos en El, si le aceptamos.  Jesús nos dice hoy: “Sal fuera, sal de ti, deja de pensar sólo en ti, deja de darte vueltas atándote de pies y manos con tus propias vendas.  Sal y mira la vida y a las personas de otra manera, con ojos de misericordia y de perdón.  Sal fuera y decídete a unirte a la nueva vida de resucitados, a la vida de Hijos de Dios”.

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