La
cultura de la muerte que al principio hemos recordado no es más que la
expresión externa de esa muerte que a menudo se nos mete en el alma. Ese rencor hacia el vecino, la envidia, ese
vivir sin ilusión, abotargándonos de comida y bebida, ese vivir obsesionados
con la propia imagen. Ese miedo al qué
dirán, ese vicio que nos domina.
Sentimos el alma congelada, sentimos que la muerte nos acecha, porque
nuestro corazón está muerto, incapaz de sentir una la brisa del amor y la misericordia. Es en esta situación en
la que oímos las palabras de Jesús: “Yo
soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque haya muerto vivirá, y
el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre”. Jesús nos ofrece la verdadera vida, la
verdadera vida que comienza ya aquí y ahora y que como un torrente de agua viva
salta a la vida eterna. Esa vida se nos
da si creemos en El, si le aceptamos como Señor, si acogemos su estilo de vida.
Hermanos,
creer que Cristo es la resurrección y la vida, nos compromete a vivir de otra
manera. Comprometidos por no destruir ni
malograr nada que tenga vida, comprometidos en dar nuestra vida para que otros
puedan tenerla en abundancia. Creer en
la Resurrección es por ejemplo no destruir con nuestra maledicencia la fama de
los demás, es luchar para que se reconozcan los derechos de todos, es
solidarizarse con los pobres, es perdonar... y todo eso es amar. Eso es vivir
la vida de Dios, la vida que no acaba nunca. Muchos llevamos dentro de nosotros
un cadáver que como el de Lázaro ya huele, es el cadáver de nuestro egoísmo, de
nuestra comodidad, de nuestra insolidaridad.
Jesús nos invita a quitar la losa de nuestro miedo, la losa de nuestro
pesimismo, la losa de nuestros prejuicios contra los demás, la losa de nuestros
pequeños esquemas y seguridades. Sólo
El puede darnos vida, si nosotros confiamos en El, si le aceptamos. Jesús nos dice hoy: “Sal fuera, sal de ti, deja
de pensar sólo en ti, deja de darte vueltas atándote de pies y manos con tus
propias vendas. Sal y mira la vida y a
las personas de otra manera, con ojos de misericordia y de perdón. Sal fuera y decídete a unirte a la nueva vida
de resucitados, a la vida de Hijos de Dios”.
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