MISIONERO: Rosendo Huguet Peralta in memoriam.
No creo que haya un título más honroso y que tanta admiración suscite, tanto entre creyentes como no creyentes, como el de ser Misionero. Si, están las grandes estrellas mediáticas, futbolistas y actores, famosos por sus cualidades físicas o artísticas. Pero en cuanto humanidad, en cuanto representantes de lo mejor que somos como humanos, no hay nadie como los misioneros. Desde el punto de vista de la fe, ellos son el mejor ejemplo de lo que significa "amar hasta el extremo, hasta dar la vida" al estilo de Jesucristo . Dejan sus familias, sus hogares, sus países y se van a evangelizar a los pobres de países extraños y lejanos, a menudo en condiciones precarias, entregando todo lo que son y tienen. Desde el punto de vista humano, son ellos los primeros en atender las catástrofes humanitarias y los ùltimos que permanecen con su gente cuando las guerras o las hambrunas hacen huir a todos los occidentales. Alepo, Kigali, Argel, Calcuta... son algunos nombres de cuyos horrores conocemos por el testimonio de los misioneros.
Rosendo era uno de ellos, sus raíces estaban en su pueblo de Ribaforada, en Navarra con su familia a la que tanto quería. Pero su corazón estaba en el Perú, en su lugar de misión por casi 50 años. Así lo manifestaba en estos últimos días antes de morir. Y ese amor por aquella tierra era correspondido con las decenas de mensajes que nos llegan en estos momentos desde allí.
Rosendo además era muy querido por los cristianos y la gente de Ribaforada. Cuando el último terremoto sufrido en Perú, el pueblo se volcó en ayudas para aquella gente. Cuando venía de vacaciones siempre estaba dispuesto a echar una mano en la parroquia, y comentaba con él los problemas pastorales que tenemos aquí, entre otros el alejamiento de la práctica religiosa de los jóvenes, algo que, según me decía, le daba mucha pena y empezaban a sentir también en el Perú.
Siempre nos llegaba una palabra suya de aliento, no sólo en los acontecimientos de su familia, sino en los aconteceres parroquiales, en las fiestas patronales o en el atentado yihadista que sufrimos el pasado septiembre con la destrucción de la imagen de San Bartolomé y de la Cruz que preside la iglesia vieja. En aquellos momentos de tanta tristeza e impotencia, sus palabras fueron como un bálsamo eficaz que ayudó a curar la herida.
Pero la presencia de Rosendo se extendía más allá de sus cartas y mensajes, más allá de su presencia en las vacaciones. En la catequesis por ejemplo, era un motivo de orgullo poder mostrar a los niños y adolescentes que en nuestro pueblo había un misionero como él. Su imagen proyectaba en nuestra parroquia la prueba de que ser cristiano no es algo superficial o cosa de tradiciones trasnochadas. Su influencia pues, era considerable.
Querido Rosendo, gracias querido amigo y hermano por todo, por tu testimonio. Sigue rezando por nosotros ante Dios. Nunca te olvidaremos.
sacerdote navarro en medio rural, deseoso de compartir la fe, experiencias y vida
martes, 20 de junio de 2017
Rosendo, in memorian
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Diario de un cura de pueblo
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7:44
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