sacerdote navarro en medio rural, deseoso de compartir la fe, experiencias y vida
sábado, 28 de febrero de 2015
sábado, 21 de febrero de 2015
miércoles, 18 de febrero de 2015
Miércoles de Ceniza
Con el miércoles de Ceniza, comienza para
los cristianos la
Cuaresma. La Cuaresma
es un tiempo que desde pequeños lo hemos relacionado con tristeza y con
muerte. Cuando nos ponían la ceniza nos
decían: “polvo eres y en polvo te convertirás”.
Sin embargo la tristeza y la muerte no son el verdadero sentido de este
tiempo de Cuaresma. La nueva fórmula que
utilizamos ahora al imponer la ceniza es la de: “conviértete y cree en el
evangelio”, lo cual es más adecuado para comprender el significado de la Cuaresma. Porque,
la Cuaresma tiene un significado de camino hacia una meta o de preparación para
una fiesta, porque en el horizonte de la Cuaresma no está la muerte como meta
sino la Resurrección como vida y fiesta eternas. El día de Pascua la ceniza que ahora
tomaremos dará paso a la
luz. Con nuestras
velas encendidas recordaremos que la luz de Cristo ha vencido a las tinieblas,
y que la vida ha vencido a la
muerte. Por eso no
debemos estar tristes. En todo caso, la
Cuaresma es una llamada a nuestra responsabilidad. Como nos recordaba San Pablo, todavía es
tiempo de gracia, todavía tenéis la oportunidad de reconciliaros con Dios. En este tiempo la Iglesia nos ayuda a poner
en orden nuestra vida. Conviertete y cree en el evangelio. Esto es, cambia tus actitudes de muerte y
cree en el evangelio de la
misericordia. La ceniza nos recuerda que lo único que merece
la pena en esta vida no es el dinero, ni la fama, ni el poder, ni la belleza,
porque todo eso está preñado de muerte, es polvo, lo único que merece la pena,
lo único que permanece en el tiempo y está preñado de vida es el amor y la
misericordia que hayamos dado a nuestro alrededor, porque al final está la
fiesta del amor y la misericordia para todos los que han amado y han sido
misericordiosos en esta vida. La Iglesia
nos propone que practiquemos el ayuno, la oración y la limosna como signos de que para nosotros lo fundamental
está en nuestra relación con Dios, y por lo tanto somos capaces de ayunar para
solidarizarnos con los que pasan hambre, de dar limosna porque nuestro tesoro
está en Dios y no en nuestro dinero y de orar porque no podemos vivir sin la
ayuda del Señor.
Ojalá
que este tiempo que ahora iniciamos, nos sirva para, al menos, tomarnos un poco
más en serio nuestra fe. Y seamos
capaces de convertirnos a las actitudes de amor y misericordia que Dios nos
propone.
sábado, 14 de febrero de 2015
La lepra de nuestro tiempo
El evangelio nos cuenta el encuentro de Jesús con un leproso. Aún hoy que sabemos que la lepra tiene cura,
todavía despierta en nosotros el horror hacia esa enfermedad que hace que el
cuerpo se caiga a trozos. En la
antigüedad era desde luego la peor enfermedad, la mayor desgracia que podía
acaecer a un ser humano. Al sufrimiento de la enfermedad se unía la maldición
de Dios y la marginación de los hombres.
Se pensaba que era una enfermedad producida como castigo de Dios, se
prohibía al leproso residir en los pueblos y las ciudades, se le echaba al
campo y se le dejaba malvivir a su suerte,
si alguien sano se cruzaba en su camino tenía que avisar de su presencia
con un grito. No podemos ni imaginarnos el espanto que producía el encuentro
con uno de estos enfermos.
Ser leproso era como estar muerto en vida. Sufrimiento insoportable, malditos de Dios y malditos de los
hombres. Y desde esta situación, el
evangelio nos cuenta un hecho inaudito:
Un leproso que se atreve a acercarse a Jesús y al grupo de sus
discípulos. La ley judía mandaba
denunciar al leproso y matarlo. Pero fijémonos
en la valentía de este enfermo, en su desesperación, en esa fe que muestra por
el Señor: "Si quieres, puedes limpiarme". Imaginemos el asombro, el espanto de la gente
que acompañaba a Jesús, es muy posible que más de uno cogiese piedras en las manos
con intención de tirárselas para espantarle.
Y ahora fijémonos en el gesto de Jesús. Nos dice el evangelio que
sintiendo lástima, extendió la mano y le tocó.
Jesús se compadece, se deja afectar por aquel hombre y su miseria, Jesús
extiende la mano y hace algo increíble: tocarle. Con ello él mismo se vuelve impuro, él mismo
se vuelve maldito de Dios y marginado de los hombres. Pero para Jesús todo eso es secundario,
porque para el Hijo de Dios lo importante, lo fundamental es la misericordia. Imaginemos la alegría del
leproso, y el asombro de la gente.
¿Cómo no ver en toda
esta historia del leproso? La historia
mil veces repetida de los enfermos de sida de nuestro tiempo, a los que también
se ha marginado y considerado víctimas del castigo de Dios. Y ¿cómo no escuchar en el grito de ese
leproso, el grito que nos llega desde el tercer mundo dirigido a cada uno de
nosotros?: "si queréis podéis
ayudarnos", "si tú quieres hombre y mujer del primer mundo, tú puedes
ayudarme a vivir, a saciar mi hambre, a curar mis heridas".
Jesús nos invita a hacer
como él, primero dejarnos conmover y afectar por tanta miseria humana, y
después alargar nuestra mano, y tocar todas esas heridas.. Quizás entonces
nosotros también podamos vernos curados de la enfermedad de nuestro egoísmo que
como la lepra nos va consumiendo poco a poco.
viernes, 13 de febrero de 2015
sábado, 7 de febrero de 2015
Un dia cualquiera
San Marcos nos relata hoy en el evangelio
una típica jornada en la vida de Jesús.
Es un día como otro cualquiera, uno más de aquellos tres años en los que
Jesús nos dejó la herencia de su mensaje y su persona. Pero precisamente por ser un día cualquiera tiene para
nosotros un gran significado. Porque es
en el día a día donde se va forjando nuestra personalidad, es en los días
normales, muchas veces anodinos, donde vamos calibrando nuestra fidelidad,
nuestra constancia en los valores, nuestra esperanza y nuestra lucha por un
mundo mejor.
La
jornada de Jesús comienza como siempre, muy de madrugada se retira a orar, es el momento de poner ante el Padre todos
sus proyectos e ilusiones, es el momento de pedir su ayuda. Luego, con sus discípulos, se echa a los
caminos de Galilea, a anunciar la buena nueva, esto es, que tenemos un Padre
Dios bueno que nos ama, que nos cuida y que todos somos hermanos. Y en medio de la jornada llega la hora de
comer. Hoy se encuentran en Cafarnaúm,
en el pueblo de Simón Pedro. La suegra
de Pedro les ha prometido darles de comer, pero se encuentra enferma. Jesús inmediatamente se dirige a su casa a
verla, la toma de la mano, la consuela, la cura. La
enferma se levanta y se pone a servirles.
Luego llega la tarde, acuden los vecinos con sus familiares enfermos,
Jesús les anuncia que el Reino de Dios está cerca y como signo de esa cercanía
cura las enfermedades de todos.
Finalmente, llega el descanso, pero todavía Jesús busca un rato de
soledad para encontrarse con su Padre, para darle gracias por todos los
acontecimientos del día, para renovar su confianza en El.
Un
día cualquiera, un día más, un día santo con el que Dios realizaba la salvación
en Jesús.
Pero
miremos ahora nuestros días, estos días que pasan tan deprisa, entre el
trabajo, el cuidado de la casa, la atención a los niños o a los
familiares. Los días que pasan casi sin
enterarnos, pero con los que Dios está tejiendo el camino de nuestra
santidad. Un día cualquiera, una
oportunidad más para realizarnos como personas.
Un día más para la
eternidad. Un día que
podemos, como Jesús, comenzar al levantarnos por elevar nuestro pensamiento y
nuestro ser hacia Dios, para dejar en
sus manos todo aquello que no podemos solucionar con nuestro esfuerzo, para
pedir su fuerza y su ayuda para intentar solucionar aquello que está en
nuestras manos. Y luego el trabajo, la
casa, la escuela, la fábrica y el campo, los compañeros, los vecinos, la
compra, el cuidado de los niños o de los padres ancianos, la visita a la amiga
enferma...todos son lugares para que, como Jesús, anunciemos con nuestro
testimonio en lo que creemos. No hacen
falta grandes discursos, ni grandes milagros; basta con poner ilusión en el
trabajo a pesar de las dificultades que encontramos, cariño para preparar la
casa y la comida de la familia, respeto por los compañeros en el trabajo y por
los vecinos, esfuerzo por aprender en la escuela o en el instituto, solicitud
en ayudar al enfermo, acogida con los forasteros, interés por los problemas de
la sociedad, austeridad en nuestros gastos para mejor compartir con los que
nada tienen. Y por la noche, un rato de
soledad y silencio para dar gracias a Dios por todo. Esta es la vida de cada día, un día más para
todos nosotros, pero también un día más con el que tejemos nuestra felicidad
eterna. Tenemos que descubrir en lo
cotidiano esa presencia invisible pero cercana de Dios que nos salva y nos
cura, que nos impulsa a dar lo mejor de nosotros mismos. Y vivir con confianza, confianza en que pase
lo que pase, traiga la vida lo que traiga, El está con nosotros porque somos
sus hijos.
Que
salgamos de la misa con ilusión renovada por vivir, por vivir cada día con toda
la ilusión del que sabe que está realizando el mejor proyecto: ser santo.
lunes, 2 de febrero de 2015
Por San Blas
Hermanos en el sacerdocio, autoridades,
hermanos todos.
Siempre que los cristianos celebramos la
fiesta de un santo, celebramos a Jesucristo, porque todos los santos son iconos
o imágenes de El. Los santos actualizan
en la época que les toca vivir, la vida y actitudes de Jesucristo, la hacen
visible con su entrega y servicio a los demás, con su testimonio a veces hasta
el martirio como nuestro patrono. San
Pablo, del que hemos oído la primera lectura lo hizo en el siglo I. San Blas
dió testimonio en el siglo IV y a nosotros
nos toca ser testigos de Jesucristo en este siglo XXI.
Pero ¿cómo podemos dar testimonio en
un mundo cada día más indiferente hacia la religión y en algunos casos hasta
hostil? A raíz de los atentados de
París, muchos han vuelto a cuestionar la religión como semillero de
violencia... metiendo en el mismo cajón, a todas las religiones... Es cierto que la religión puede provocar fanatismo
asesino, como también lo pueden provocar las ideologías o los
nacionalismos. Esto lo sabemos muy bien
en nuestro país. Pero ser cristiano,
discípulo de Jesucristo, es precisamente el mejor antídoto contra todo
fanatismo. Porque el Evangelio antepone
el bien y la dignidad del ser humano a la adoración del mismo Dios. El rechazo de Jesús a la violencia fué tan
explícito que lo hizo entregándose voluntariamente a los que le mataron. "Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros
como yo os he amado" nos decía hoy en el evangelio y continuaba: Nadie
tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos " ¿Es que
alguien podrá mantener que con este mensaje pueda justificarse la violencia?
Conocemos el testimonio cristiano de
San Blas: En plena persecución de los
cristianos por el emperador Licinio que obligaba a los habitantes del imperio a
quemar incienso ante los ídolos y estatuas paganos, Blas, desoyendo las
súplicas de su comunidad que le pedía que huyese para ponerse a salvo, él se
quedó con ellos y cuando fue apresado, ante el gobernador romano, dijo que él
no, que sólo adoraba al Dios de Jesucristo.
Eso le costó morir decapitado.
Con su ejemplo Blas nos está indicando cómo podemos dar nosotros
testimonio de Cristo hoy. Primero el
rechazo a todo tipo de violencia, y en segundo lugar acostumbrarnos a vivir
nuestra fe en minoría, sin vergüenza
pero con más coherencia.
Y hoy alegrarnos con nuestro Santo
Patrón, que su intercesión ante Dios proteja a nuestro pueblo y su recuerdo nos
ayude a todos a ser fieles a nuestra conciencia y a nuestra fe.
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