Estamos ya cerca de la Semana Santa, el
próximo domingo celebraremos el domingo de Ramos. Desde el domingo pasado la liturgia nos está
introduciendo pausadamente en la contemplación de la Cruz.
La muerte aparece en el horizonte de Jesús. El evangelista San Juan nos describe el temor
y la angustia que Jesús está sintiendo.
Un temor y angustia que llegará a su paroxismo el Jueves Santo. Jesús no quiere morir, todo su ser se rebela
ante el sufrimiento y ante la muerte. Pero Jesús
también es consciente de su misión, la misión de mostrar al mundo el rostro
misericordioso de Dios, y esa misión Jesús la ha asumido con todas sus
consecuencias. Jesús es consciente de
que el mundo rechaza a Dios, el mundo del poder, del dinero, de la explotación
de unos hacia los otros, rechaza a un Dios Padre que quiere la igualdad y la
hermandad de todos sus hijos. Por eso
Jesús, no se engaña, acepta aunque con angustia, la muerte que se avecina. Y esta aceptación la hace confiando en Aquel
que le encomendó la misión.
El
dolor, el sufrimiento y la muerte, aparecen ante Jesús y también aparecen ante
nosotros. Todos los seres humanos nos enfrentamos
tarde o temprano a estas realidades.
Nadie puede escapar ni huir de ellas.
Todos necesitamos luz para comprender y para enfrentarnos con serenidad
al sufrimiento y la
muerte. Esa luz
nosotros creemos encontrarla en la vida y muerte de Jesús. “Cuando yo sea
elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”, estas palabras de Jesús nos
invitan a mirarle colgado de la
cruz. Y una primera mirada a la cruz nos dice que el Dios
vivo de Jesús quiere que luchemos enconadamente contra todo aquello que
posibilita el sufrimiento y la muerte. Luchar
para que nadie sufra por ser ni pensar diferente a nosotros, luchar para que nadie muera de hambre o de
sed, luchar con todos nuestros medios para que las enfermedades sean
vencidas... Una segunda mirada a la cruz nos habla de lo inevitable, del dolor
y sufrimiento que no podemos evitar por mucho que luchemos, la muerte acaba
siempre apareciendo. Es el momento de
confiar, confiar en que Dios tiene la última palabra sobre nuestra vida, confiar en su amor siempre fiel, confiar en
que la fuerza de la vida y del amor es más fuerte que la muerte.
La pequeña parábola que Jesús nos ha dicho hoy: “Si el
grano de trigo no muere, queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto”,
ilumina perfectamente esa cualidad de la muerte que pasa desapercibida para
nosotros, muerte como transformación,
muerte como fecundidad, muerte como paso a una realidad muchísimo más rica.
La muerte de Jesús ilumina nuestro caminar de
hoy, nos descubre en dónde está lo importante, nos empuja a tomarnos en serio
nuestra vida, nos invita a confiar y a abrirnos a los demás, anticipando ya la
apertura definitiva y confiada que en aquella hora tendremos que hacer ante
Dios.
No hay comentarios :
Publicar un comentario