Estamos recordando y celebrando la última Cena del Señor
con sus discípulos. San Juan, antes de
contarnos lo que allí ocurrió nos dice que Jesús habiendo amado a los suyos los
amó hasta el extremo. El amor va a ser
el marco en que discurra todo lo que nuestros ojos van a ver desde esta noche a
la noche de la vigilia pascual: El amor
de un hombre por sus amigos y las consecuencias que mantener ese amor le acarrearon.
El amor de Dios por todos los seres humanos manifestado en su Hijo. Es importante que tengamos en cuenta esto si
queremos comprender todos los
acontecimientos que vamos a celebrar.
La última Cena del Señor
se desarrolla en la fiesta de la Pascua,
fiesta en la que los judíos recordaban que Dios les había liberado de la
esclavitud de los egipcios. Aquí esta ya
la primera clave para comprender de qué amor estamos hablando. Contra esa tentación que todos tenemos de
hacernos la imagen falsa de un Dios bonachón, inoperante, tapa-agujeros, el
Dios de la Alianza se nos rebela como un Dios empeñado en liberar al hombre de
la esclavitud, poniéndose del lado de los explotados y oprimidos. Dios ama eficazmente, denunciando nuestras
injusticias y opresiones, animándonos a cambiar nuestras relaciones de dominio
y apariencia, ayudándonos a descubrir la fraternidad. Y recordando este hecho
fundamental para los judíos, Jesús va a dar un paso más, Jesús va a ser el
canal por el que el amor liberador de Dios se desborda hasta el extremo. Contra la tentación que todos tenemos de amar
sólo a los que nos caen bien, de amar sólo a los que nos corresponden, Jesús nos enseña el verdadero significado de la palabra Amor. Y lo hace con un gesto
sencillo: poniéndose a los pies de sus amigos para lavarles los pies. Era este un servicio que realizaban los
esclavos y que repugna a Pedro. Precisamente,
Pedro, los discípulos y todos nosotros, tenemos que comprender y aceptar, pese
a nuestra repulsión, la verdadera revolución del amor cristiano: amor como
servicio, sin esperar nada a cambio, amor que se humilla, poniéndose a los pies
de todos. Con Jesús, Dios mismo se ha
puesto a nuestros pies para que comprendamos que no hay más Gloria que
esa. Ya no hace falta aparentar, ni ser
más que los demás, ni competir, ni explotar a nadie, porque el verdadero camino
de la humanidad que va al encuentro de Dios es el de la fraternidad, un pueblo
de hombres y mujeres que se ponen a servirse mutuamente por amor.
Con
razón se ha llamado a este día el día del Amor fraterno. Y siendo así es necesario que todos nosotros
después de ver y oír a Jesús, salgamos de esta celebración con el ánimo
renovado de trabajar y luchar por conseguir unas relaciones más fraternas. Empezando por derrumbar las barreras que
hemos construido en nuestra familia, con nuestros hermanos, con nuestros
vecinos, con nuestros compañeros de trabajo.
A veces bastará con una mirada, un gesto, una mano que se abre. Otras tendremos que buscar el diálogo, quizás
pedir perdón, quizás tendremos que devolver lo que no es nuestro. Todo merece la pena para conseguir la reconciliación. Es
cuestión de dejar nuestro orgullo y dar paso a ese amor misericordioso de Dios
que se está abriendo ya en nuestro corazón.
Hoy
Jesús nos dice a nosotros como lo dijo a sus discípulos: “¿Comprendéis lo que
he hecho con vosotros? pues hacedlo vosotros también”. ¿Seremos capaces de comprender y aceptar
amar como Dios ama?
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