Desde el fondo de los siglos, desde
aquellos lejanos días de la Pascua del Señor, nos llegan las últimas palabras
de Cristo resucitado, y con ellas su última bendición para todos nosotros:
“Dichosos vosotros que creéis sin haber visto”.
Es la última y definitiva bienaventuranza. Como aquellas bienaventuranzas que proclamó
en la montaña, ésta última nos invita a descubrir y a experimentar una nueva
forma de ser y de vivir en este mundo.
Allí se nos invitaba a abrazar la pobreza y la humildad frente a las
ansias de poder y riqueza que nos esclavizan y crean injusticia, allí se nos
invitaba a luchar por la paz en contra de toda violencia, y hoy se nos invita
por último a creer frente a la incredulidad, el miedo y la desesperanza. Detrás de todas estas
invitaciones de Dios en el fondo hay una sóla, invitación a confiar en El. Una confianza que tiene que comenzar por
dejar que nuestro corazón se abra a algo más que nosotros mismos, a algo más
allá de nuestro horizonte existencial.
Pero ¿qué hay detrás de la fe en la resurrección? ¿porqué nos llama dichosos Jesús a los que
creemos en ella? ¿qué consecuencias
tiene para nosotros creer en la resurrección?
De entrada tenemos que dejar la pretensión de imaginarnos lo que es la
resurrección, o de cómo pudo ser posible.
Ya San Pablo tuvo que salir al paso de estas preguntas que también se
hacían los primeros cristianos diciéndoles que se trata de algo “que ni el ojo
vio, ni el oído oyó, ni el corazón del hombre puede imaginar lo que Dios ha
preparado para los que le aman”. Estamos
pues ante un Misterio más allá de las posibilidades de entendimiento del ser
humano. Pero sí entra dentro de nuestras
posibilidades descubrir lo que la resurrección produce y las consecuencias que
conlleva. En primer lugar, la resurrección de Jesús significa que la muerte ya
no tiene dominio sobre El. Jesús ha
traspasado el umbral de la muerte a una nueva vida en la que la muerte ya no
está en el horizonte de la
existencia. Pero
también es verdad que muchas personas creen que tiene que haber otra vida,
también los judíos que mataron a Jesús, los sacerdotes, los fariseos y hasta
los romanos creían en la otra vida. Lo
que tiene de verdadera originalidad la resurrección de Jesús es que
precisamente resucita aquél que es asesinado por el poder, la violencia, la
riqueza y una forma especial de considerar la religión. Quien resucita es el que
eligió ser pobre entre los pobres, el que resucita es el que eligió ser
pacífico frente a los violentos, el que ayudó y sanó, el que dijo siempre la
verdad, el que compartió y se solidarizó con los pecadores. Por eso cuando nosotros proclamamos la
resurrección de Jesús no estamos proclamando solamente que hay una vida después
de la muerte, sino que a esa vida se accede, se entra practicando las
bienaventuranzas, tal como las enseñó y practicó Jesús. Y esto realmente sí que tiene incidencia para
nuestra vida.
En
una palabra, de lo que nos habla la resurrección de Jesús es de cómo es
Dios. Y este Dios es el que se muestra
como Dios de vivos y no de muertos. Un Dios que no se deja manipular por el
hombre, que está más allá de todas nuestras expectativas, el Dios creador, el
Dios de la vida, el Dios que no nos abandona nunca, el Dios Padre que nos ama
aquí, en la muerte, y después de la muerte.
Y
es a este Dios al que hoy se nos pide que demos nuestra confianza, es a este
Dios al que hoy se nos pide que abramos nuestro corazón, que empecemos por
conocerle más, por apreciarle más. Y es
aquí en la comunidad de sus seguidores, en esta comunidad real de sus
discípulos, con sus luces y sus sombras, con sus buenas y malas obras, donde se
nos invita a descubrirle y a seguirle.
Juntos, soportándonos unos a otros, con un mismo pensamiento y
sentimiento de agradecimiento, con un mismo afán por compartir nuestros bienes
y solidarizarnos con los que no tienen
nada.
Dichosos
nosotros si dejamos a Dios ser Dios, dichosos nosotros si abrimos nuestro
corazón, dichosos nosotros si confiamos en Dios y en todos los que nos han
testimoniado su fe en El a lo largo de los siglos. Que la alegría y la paz del Señor resucitado
nos colme ahora y siempre.
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